Friday, June 22, 2018

Arqueologia y Medicina (8): Los médicos del Islam. Segunda parte

Primera parte aquí  

En el año 958, Sancho I de León fue depuesto por nobles rebeldes, que esgrimieron como excusa para su actuación el hecho de que el monarca no podía cumplir con dignidad las funciones regias debido a su extrema gordura. Su abuela, la Reina Toda de Navarra, buscó ayuda en la corte califal de Córdoba: pidió a Abderramán III cura para la obesidad mórbida de su nieto y apoyo militar para que pudiera recuperar el trono. En la capital andalusí, el médico Hasday ibn Shaprut, judío jiennense, sometió a un estricto régimen al monarca leonés y logró rebajar su peso. De este modo el soberano pudo cabalgar como era debido, y el auxilio de tropas cordobesas le permitió recuperar la corona perdida.

La anécdota ilustra el amplio y justificado reconocimiento de que gozaban los médicos de países islámicos en la Edad Media. Ibn Shaprut no era el único facultativo que sobresalía en la corte de Abderramán; en ella destacaba, por ejemplo, la sabiduría del cirujano Abul-Qasim al-Zahrawi, a quien los cristianos conocieron como Abulcasis [Autor de le enciclopedia médica  de 30 vol. Kitab Al Tasrif]

La excelente formación de todos estos personajes y la amplitud de los conocimientos que tenían a su disposición, y que compartían con sabios del norte de África o de los confines de Irán, se explica por la construcción de una vasta comunidad científica merced al empleo de un mismo idioma, el árabe, en los inmensos territorios unidos por la fulgurante expansión del Islam.


Las raíces más antiguas


«Haced uso de tratamientos médicos, pues Dios no ha creado enfermedad ninguna sin disponer un remedio para ella, con la excepción de una sola enfermedad, la vejez»
Antes de que el mensaje de Mahoma se extendiera más allá de la península Arábiga, los árabes ya contaban con una primera cultura médica, llamada «islámica o profética» por ser su protagonista Mahoma, el Profeta. Arcaica y piadosa, abunda en exhortaciones genéricas. Dice, por ejemplo: «Haced uso de tratamientos médicos, pues Dios no ha creado enfermedad ninguna sin disponer un remedio para ella, con la excepción de una sola enfermedad, la vejez». Muchos de sus recursos, como el uso de la miel, del aceite de oliva o de la succión con ventosas (hijama), forman parte de prácticas curativas o profilácticas –preventivas– que se remontan a la Arabia antigua y poseen rasgos babilónicos, de modo que sus raíces se extienden hasta el III milenio a.EC. Todavía hoy se recurre a ellas en muchos países islámicos.

En un campo paralelo se sitúa la «interpretación de los sueños» (tabir al-anam), a los que el mismo Profeta concedía gran importancia. Ya en el siglo VIII, Ibn Sirin compuso la primera gran obra árabe en esta materia, que tenía como fuente principal la Onirocrítica del autor griego Artemidoro de Éfeso, escrita ocho siglos antes. Sin duda, la extremada atención de los árabes por la vida psicológica nace ahí. Por otra parte, el socorro a la sanación espiritual era más común de lo que se piensa. Son muchas las medicinas paracientíficas y astrológicas: en los tratados de medicina aflora a veces todo un mundo de rituales, repleto de sellos y talismanes. El Islam no lo rechaza en bloque, y la magia «blanca» es lícita dentro de ciertas normas.

Pero los límites de la medicina árabe se ampliaron infinitamente después de que, en el año 622, Mahoma proclamara su mensaje a las tribus árabes. Los califas, sus sucesores, extendieron sus dominios desde la India hasta el sur de Francia en apenas dos siglos. Las élites del Islam pronto comprendieron la importancia de adoptar los rasgos más brillantes de la cultura grecorromana, preservada en Egipto  y el Oriente Próximo, y quisieron para sí todos los saberes y tecnologías que llamaban «ciencias de los antiguos», entre las que se contaba la medicina.

La ciencia de los antiguos

 

Con la expansión del Islam cayeron bajo dominio musulmán las ciudades donde se cultivaba la ciencia griega que había irradiado desde el foco de Alejandría: Edesa y Nisibis, en la Siria bizantina, y Gundishapur, en la Persia sasánida. A esta última ciudad se habían dirigido los médicos griegos después de que, en el año 529, el Emperador Justiniano cerrase la academia de Atenas. Y también se instalaron allí médicos cristianos de credo nestoriano, a quien los bizantinos habían expulsado de Edesa porque su fe era contraria a la ortodoxia religiosa.

La ciencia griega preservada en esos territorios se convirtió en la base para el desarrollo de la medicina árabe, gracias a la labor de médicos políglotas que, entre los siglos IX y X, ejercieron como maestros y traductores. Entre ellos figuran Yuhanna ibn Masawaih, conocido en Occidente como Ioannis Mesuae, nacido en el seno de una cultivada familia de Gundishapur, y su discípulo Hunayn ibn Ishaq, llamado Iohannitius en latín, responsable de unas cincuenta traducciones de gran calidad. Ambos eran cristianos nestorianos, comunidad de habla siríaca cuya lengua era muy parecida al árabe, lo que facilitaba la traducción de textos griegos.

Médicos de distintas creencias trabajaron juntos, discutiendo y estudiando en árabe, como hoy se hace en inglés
Esta labor gozó de un amplio mecenazgo, que tuvo su máximo exponente en la fundación de la famosa Casa de la Ciencia o Bayt al-Hikma en Bagdad por el califa al-Mamún; el soberano puso a Ibn Ishaq al frente de los traductores. Con la traducción de obras en griego, persa y sánscrito, la medicina árabe se convirtió en la más informada y diversa del planeta en los albores del siglo X. Sabios paganos, cristianos, judíos, hindúes y muchos otros adoptaron el árabe como lengua científica. Es decir, médicos de distintas creencias trabajaron juntos, discutiendo y estudiando en árabe, como hoy se hace en inglés. Por esta razón hablamos aquí de «medicina árabe»: no nos referimos a una etnia «árabe», sino a una comunidad intelectual que compartió el idioma del Corán, convertido en lengua común de ciencia y cultura.

Este fenómeno también fructificó en al-Andalus, la España musulmana, durante el siglo X. Allí fue traducido un clásico, la  "Materia médica" de Dioscórides, para el califa Abderramán III, en cuya corte figuró, como ya hemos dicho, Abulcasis, cirujano eminente cuyo Libro de la disposición (que bebía de la obra de un médico bizantino, Pablo de Egina) gozó de extraordinario prestigio. Córdoba, la capital de al-Andalus, rivalizaba con los nuevos centros de enseñanza islámicos del Mediterráneo: Cairuán, en Túnez;  Fez,  en Marruecos;   y El Cairo, en Egipto. Conocemos más de un centenar de obras médicas árabes anteriores al año 1000; la transmisión del pasado era una realidad, y una ciencia propia empezaba a ver la luz.


Ultima parte el viernes que viene

 Artículo por National Geographic.
Negritas y enlaces puestos por mi.





5 comments:

Cayetano said...

Durante la Edad Media, el mundo musulmán nos daba lecciones de refinamiento y avances médicos. Imprescindible escribir con ellos los años de ese periodo histórico.
Un abrazo, Myriam.

Javier Rodríguez Albuquerque said...

Eso pensaba yo, que Córdoba y Granada eran lugares punteros en ciencia y en este caso, en medicina.
Musu handi bat.

alp said...

No me acostaré sin saber nada nuevo...estupendo,,,un saludo desde Murcia....

Rafa Hernández said...

Gracias por estas entradas tan interesante sobre el mundo de la medicina.

Besos Myriam.

Ester said...

Olvidamos lo que nos enseñaron y acabamos pensando que es cosa nuestra. Y lo peor es que hay mucho desconocimiento al respecto. Abrazos