Hoy
hablaré de la pareja de Rigoberto y Lucrecia, antiguos personajes
de Mario Vargas Llosa en otras novelas anteriores a las que no me
referiré porque sencillamente, no las he leído (aún) y además están fuera de los límites del presente
trabajo. Por lo tanto, este análisis se
refiere pura y exclusivamente a esta obra.
Como me quedó un poquito largo y eso que no me detuve mucho en el tema
de arte y erotismo, de lo que podría hablar por tomos ;-), por favor, sírvanse un café, té o mate y
respiren profundo, ¿preparados? Listo ¡ya!:
Rigoberto es el gerente de una Empresa de Seguros sita
en Lima, de clase media alta, que a los
62 años quiere jubilarse (P26) para poder disfrutar de la vida con su segunda mujer, Lucrecia con
la que tiene un matrimonio muy bien avenido.
Para eso, Rigoberto ha ahorrado. A ambos les gusta el arte y viajar por
Europa (P26). Ambos tienen muy buena comunicación, complicidad, cariño,
colaboración, y en el aspecto sexual
esta pareja, tiene todo un introito de seducción, juego (muy importante, el
aspecto lúdico), cariño, etc, que rodea y enriquece el acto sexual y le quita -para
bien- el acento en la eficacia fálica, porque sexualidad, entendida como la
entendemos hoy de la mano del
nuevo modelo de masculinidad, implica mucho más que un mero coito convencional,
con penetración y eyeculación y, con suerte, un orgasmo femenino. Rigoberto y Lucrecia disfrutan con el sexo y
se nota, como disfrutan conversando, compartiendo, cuidándose mutuamente, que también se nota.
Como Padres: Tanto la madrastra como el padre
se preocupan por Fonchito, de 15 años (P100) hijo de Rigoberto con su
primera mujer y se muestran cariñosos con él: “Lo que más me preocupa, lo
que me quita el sueño, es Fonchito” (P97), le dice Lucrecia a
Rigoberto. En varias ocasiones Rigoberto muestra genuina preocupación por el
hijo y se muestra cariñoso (P104) e
incluso trata de conversar sinceramente con él (P207).
La del hijo es la preocupación más
grande que tienen, porque el chico que está en plena adolescencia, ve las apariciones de un extraño personaje llamado Edilberto Torres, que parece muy real.
“Me llevo bastante bien con él “ dice
Rigoberto a su jefe y amigo Ismael refiriéndose a Fonchito, y continúa: “Y
Lucrecia todavía mejor que yo, Fonchito
la quiere ni más ni menos que si fuera su mamᨠ(P38). Cosa que sabremos
también de la misma boca de Fonchito: “Además,
tú sabes que la única mujer que a mí me gusta en el mundo eres tú madrastra”
y esto lo dice Fonchito con una “carita rubicunda” (P112) -¿Cómo
un Querubín?, pero “un ángel sin alitas en todo caso” (travieso,
pícaro)(P177)- que se le ilumina a Fonchito con una “picardía maliciosa de los
tiempos pasados” (Una clara referencia a obras anteriores de este autor
y un guiño certero para los lectores que las hayan leído). La madrastra le responde, como adulta que es, entre
divertida y cariñosa, aunque un poco exagerada, festejándole la gracia (aplaude): “Ay, Dios mío,
deja que te de un beso, chiquitín” (P112). Volveré sobre esto más adelante. También
en este pasaje vemos como Lucrecia es cariñosa
con Fonchito y se preocupa por él: “Fue una imprudencia que te pusieras a
conversar con él (E.Torres, el fantasma ¿?)(…) _lo riñó Lucrecia,
acariciándolo en la frente_ Nunca más. Promételo, chiquitín” (P99). O cuando Lucrecia le dice a Rigoberto: “Tenemos que hacer
algo. No sé qué, pero algo. No podemos mirar al otro lado, como si no pasara
nada” (P108). De hecho, por Fonchito : “le dieron
muchas vueltas al asunto” y al final decidieron hablar con una psicóloga (P108- 109) y con el cura, amigo de Rigoberto
luego (P158 a 177).
La segunda preocupación que tienen surge a raíz de que el jefe de Rigoberto, Don
Ismael, ha decidido casarse con su “sirvienta”Armida para disfrutar de sus
últimos años y vengarse de sus dos hijos “las hienas” que lo quieren muerto
para heredarlo. Rigoberto que ha sido
testigo de matrimonio de su jefe, debe enfrentarse a las dos hienas, igualmente,
al escándalo que esto ha provocado
en la Sociedad limeña que se nutre con este culebrón.
-8*8-
Como pareja: Ambos tienen una comunicación verbal
excelente, conversan
de todo, no sólo de lo que le pasa a
Fonchito, antes mencionado, para lo cual
encuentran soluciones conjuntas. También
por los de los hijos de Ismael, por
ejemplo, cuando ambos lo vienen a ver a Rigoberto a la casa, que aunque
asustado, no se dejó amedrentar por ellos. Lucrecia junto con la empleada
doméstica estaban detrás de la puerta, listas para actuar en caso de ser
necesario: “lo oímos todo (…). Si te hubieran hecho cualquier cosa,
estábamos listas para intervenir y lanzarnos sobre las hienas" le
dice Lucrecia, luego de que se hubieran marchado “las fieras” (P144).
Esto no denota sólo una buena comunicación entre ellos, también, preocupación y
cuidado, o sea amor. Y hay sinceridad entre ellos también. Rigoberto no se muestra
más valiente de lo que es o un super-Rambo. Le confiesa a la mujer: “no
me dejé amedrentar” (por más miedo que hubiera tenido, tal como se lo
expresa a los hijos de Ismael)(P114). Rigoberto comparte casi todo con su mujer,
como después de haberse encontrado sólo con el chofer Narciso (P191)
o con Ismael a su llegada de su luna de miel (P200), menos cuando Rigoberto está en su despacho,
viendo sus libros de arte, catálogos de exposiciones, música, que son sus
“espacios de civilización” o “locus amoenus” (P62, P71,
P202, etc) a los que recurre para cargarse de energía, placer, belleza,
llegando a sentir tal placer, tal goce que incluso llega a tener una erección o
asomo de ella. Veámoslo en dos pasajes: “Allí, en la entrepierna del
pantalón, sintió el esbozo de un cosquilleo alentador en la intimidad de sus
testículos, a la vez que se emocionaba e iba llenando de nostalgia y gratitud.
Ahora además de cosquillas sintió un ligero ardor en la punta de la pinga” (P251)
y en este otro: “Conmovido y feliz, advirtió, en el bajo vientre, un pequeño
alboroto, el amanecer de una erección” (P252). Esto no significa que
Rigoberto fuera “anormal”, sino que la belleza en el arte ejercía sobre él un
poder tal, una emoción tal, que llegaba
a la manifestación física señalada. Uno de esos momentos de placer pleno, absoluto, en que como decía, llega hasta la
manifestación físiológica, se ve truncado abruptamente por la noticia de
la muerte de Ismael (P274). Una muerte
en el plano de lo real que trunca la posible petite morte hacia la que se estaba encaminando Rigoberto. El
placer preceptivo, estético-erótico que vive Rigoberto ante determinadas obras
artísticas, ya sean pictóricas (herencia
filogenética griega) o auditivas (H. f.
hebrea), atestiguan dos cosas: desde el ángulo
del artista, la eficacia en la transmisión emocional de la obra y desde el punto de vista del receptor, la frondosa sensibilidad perceptiva, imaginaria y
estética de este personaje. Desde mi punto de vista, una obra de arte debe
turbarnos (llenarnos de placer), emocionarnos,
¿y por qué no, en determinadas ocasiones, erotizarnos? ¿Cuál es sino esa, la intención del desnudo
artístico? ¿O la de un buen poema? ¿o la de una pieza musical?. Sin necesidad de llegar a extremos patológicos, claro. (obs:
no hablamos aquí pornografía). Recordemos
por un instante la Sala Reservada creada en 1554 por Felipe II de España, una sala privada que contradecía las convenciones
de la moral de la época, pero que existía para el disfrute personal de él.
Rigoberto y Lucrecia también conversan estando
en la cama, sin tener sexo (P.96) y a menudo se entretenían tanto conversando
que se les iba pasando el tiempo (para tener sexo): “Estaban acostados y
era evidente que a estas alturas de la noche, ya no habría historias, fantasías
ni harían el amor"(P108). Otro ejemplo: “estuvieron conversando
un buen rato” (P196) Rigoberto se muestra con Lucrecia cariñoso y la
consuela cuando ella está triste por haber retrasado el viaje: “Es sólo
un aplazamiento, amor mío_ la consoló besándola en los cabellos” (P196) Pero Rigoberto está atento a su mujer y además es
capaz de captar que le pasa: “está asustada” (P193) o “sabe
poner buena cara al mal tiempo” (P194)
e incluso saca conclusiones que a mí, personalmente, me parecen un poco absurdas, como cuando Rigoberto
monologa consigo mismo sobre las razones
de las tardanzas de Lucrecia a salir de casa
y por las cuales habían tenido sus buenas riñas, que como toda pareja
normal, las tenían o habían tenido también: “tiene
miedo a dejar de ser, a perder su ser, a quedarse sin su ser” (P275) cuando las razones (inconscientes) de la tardanza de Lucrecia bien pudieron deberse simplemente a que se auto-obligaba a complacer a su marido, porque no
tenía ganas de salir por los motivos que fueran, ya sea que estuviera disgustada
con él, o que no le gustara la gente o
el lugar a dónde irían. Las cosas,
suelen ser, por lo general, más
sencillas, (cómo decía muy atinadamente un
buen amigo mío), somos nosotros las que las
complicamos. De todas formas, ser
capaz de empatizar con su mujer y de entender o creer entender cómo se siente
ella, muestra sin duda, a un modelo de hombre maduro y generoso, que no está
ocupado con su ombligo las 24 horas del día. Y eso también lo vemos en como
Rigoberto apoya a su amigo Ismael, le hace de testigo, maneja el tema de los hijos de éste y luego,
se preocupa por el bienestar de Armida (igualmente, Lucrecia).
Contribución a la lectura colectiva virtual que hacemos bajo la conducción de Pedro Ojeda desde su blog: La Acequia © Myriam Goldenberg
Nota: Citas del texto en color verde; enlaces en color azul.
2 comments:
A pesar haber estudiado Mario Vargas Llosa eso es demasiado dificil para mi... pero besos para ti si que hay !
De acuerdo en maduro y generoso, pero con una pizca de egoísmo si de ceder algo de su mundo (su música, sus lecturas, su arte) siempre "Su".
Gracias Myr. Besos
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