En el Puerto de Halicarnasos comenzamos, pues, a cargar el trirreme. La reina Artemisia de Halicarnasos era nuestra almirante. ¡Quién hubiera dicho que una mujer, la primera en nuestro mundo mundial comandaría la flota, la nuestra, y también las de las islas de Kos, Nisyros y Kalymnos, y quien hubiera dicho también que yo sería su primer oficial, pero así era, y he de reconocer que sentía un gran respeto por esta valiente, inteligente y decidida mujer a quien había jurado fidelidad hasta la muerte. Cuando le di la primicia de mi nombramiento a mi padre y le dije quien era mi almirante, abrió los ojos como dos platos y me preguntó reventando de risa si estaba bebido; no me imagino que hubiera hecho él en mi lugar, pero yo sentía el fuego de la ira quemándome las tripas, mas callé por sumisión y respeto. Mi padre se había burlado de mi y de mi Señora Almirante, porque él que había sido remero en su juventud, sabía muy bien lo difícil que era maniobrar en batalla nuestros trirremes con tres líneas de remos, algo que requería de mucha destreza en el mando y coordinación en el accionar para poder alcanzar velocidad y fluidez en los movimientos.
Nosotros, los carios, nos habíamos enfrentado por mucho tiempo al gran imperio aqueménida -persa, para más señas- y de nada había servido. Aun estaba fresca en nuestra memoria como su fundador el rey Ciro, al que apodaban "el grande", había vencido a nuestros vecinos los lidios un poco al norte de nosotros, aquí en Asia Menor, arrasado completamente su capital Sardes, y había hecho freír en una hoguera a su rey Creso, al que de nada le sirvió su incalculable riqueza, aunque muchos al ver que se había levantado un humo negro como una densa cortina, (seguramente algún gil no había encendido la hoguera correctamente), dijeron que Creso había sido salvado por el dios de los griegos Apolo y transportado por este a la región lejana del norte bien norte llamada Hiperbórea, que dicen estar cubierta de nieves eternas y que desde entonces vivió en un iglú todo recubierto de oro y piedras preciosas contando estalactitas y comiendo sardinas o atunes, según proveyeran los dioses.
Nosotros, los carios, nos habíamos enfrentado por mucho tiempo al gran imperio aqueménida -persa, para más señas- y de nada había servido. Aun estaba fresca en nuestra memoria como su fundador el rey Ciro, al que apodaban "el grande", había vencido a nuestros vecinos los lidios un poco al norte de nosotros, aquí en Asia Menor, arrasado completamente su capital Sardes, y había hecho freír en una hoguera a su rey Creso, al que de nada le sirvió su incalculable riqueza, aunque muchos al ver que se había levantado un humo negro como una densa cortina, (seguramente algún gil no había encendido la hoguera correctamente), dijeron que Creso había sido salvado por el dios de los griegos Apolo y transportado por este a la región lejana del norte bien norte llamada Hiperbórea, que dicen estar cubierta de nieves eternas y que desde entonces vivió en un iglú todo recubierto de oro y piedras preciosas contando estalactitas y comiendo sardinas o atunes, según proveyeran los dioses.
Mi señora, la gran Artemisia, había prometido a su padre en el lecho de muerte aliarse con el rey Jerjes, (tercera generación descendiente de Ciro, en línea algo torcida, pero eso no ha de importarnos, familia eran y sangre compartían), para preservar cierta independencia en nuestros dominios aunque fuera en forma de satrapía, por esta razón nos preparábamos para la batalla naval que se daría en Salamina contra los griegos. Esta batalla fue posterior a la de Artemesio, también comandada por mi señora, que había terminado -según me dijeron (yo estaba en cama con hemorroides sangrantes y no pude participar) - en un empate naval.
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¡Ay! La batalla de Salamina fue feroz, descarnada, violenta (¿cual no lo es?) . ¡Ay! quien hubiera dicho que ese hombre maldito pero con enormes dotes de orador y estratega aprovechó el vacío político que se había dado en Atenas, por cuanto que los atenienses habían mandado al exilio con viento fresco a muchos políticos, condenándolos al ostracismo, algo que se había puesto muy de moda, según parece. Este hombre se llamaba Temistocles, que quiere decir "gloria de la Ley", y "con el mazo dando" iba dando por aquí y por allá, tanto que por sus victorias sería aclamado como "el gran salvador de los griegos" a los que había logrado unir en una alianza de ciudades-estados para hacer frente a la segunda invasión de los persas. Por ese entonces Atenas y Esparta se miraban la una a la otra como sapo de otro pozo y hasta se odiaban, diría yo, pero se habían unido ahora contra los persas a los que llamaban medos, como forma de insulto, en la liga panhelénica, como se llamó esa alianza, que duró lo que duró la guerra contra los persas, luego seguirían maullando o ladrando entre ellos y dándose tortas, como era habitual ¿para qué engañarnos?. Pero ahora estaban unidos contra un enemigo exterior común muy poderoso y con ganas de devorar a todas las ciudades-estado e islas griegas, por eso por ejemplo, el General espartano Leónidas defendió junto con sus 300 soldados el estrecho de las Termópilas y, aunque perdieran los griegos esa batalla (porque los persas que habían hallado un pasadizo secreto o sendero oculto, no se muy bien, dieron la vuelta y lograron atacar la retaguardia de los helenos) retrasaron -perdiendo sus vidas en combate- todo lo que pudieron a los persas que avanzaban con decisión.
En vano mi Señora aconsejó al rey persa de no entrar en batalla naval en Salamina, ella estaba segura de que los griegos no podrían resistir mucho tiempo y de que era mejor dispersarlos en tierra, pero él desoyó sus consejos y siguió, en cambio, los de los de sus comandantes varones, como el del General Mardonio, que estaban por la labor. Y pasó lo que ella había temido: Jerjes, rey de reyes, descendiente directo de los dioses, reculó feo en Salamina a pesar de contar con un ejercito muy numeroso en trirremes y hombres, no había considerado la posibilidad de que los griegos (que luchaban por su supervivencia como fieras con garras y uñas) les ganaran. Estos hubieran dicho que pecaron de Hybris, o sea, de soberbia. Y con justicia he de decir que ninguno de los dos hermanos del rey Jerjes, ni ningún otro almirante, mostró en batalla el valor y pericia de mi señora Artemisia: nuestra flota fue la única que rompió la línea ateniense y la atravesó sin pérdidas. Jerjes, al verlo, exclamó: "Hoy los hombres luchan como mujeres y las mujeres como hombres". Mi Señora, al saberlo, se sintió halagada y yo, orgulloso de servirle, porque había demostrado mucho valor en combate, valor ¡y poder de mando!. Tal era su prestigio que los atenienses pusieron precio a su cabeza por la que ofrecieron 10.000 dracmas, que eso era mucho dinero, tal parece que la veían como a la legendaria reina amazona Hipolita. ¡Qué ideas la de estos hombres! mi señora....¡una amazona! Heródoto escribiría su historia, lo sé porque me entrevistó pidiendo todo lujo de detalles y yo, claro, gustoso se los di.
En vano mi Señora aconsejó al rey persa de no entrar en batalla naval en Salamina, ella estaba segura de que los griegos no podrían resistir mucho tiempo y de que era mejor dispersarlos en tierra, pero él desoyó sus consejos y siguió, en cambio, los de los de sus comandantes varones, como el del General Mardonio, que estaban por la labor. Y pasó lo que ella había temido: Jerjes, rey de reyes, descendiente directo de los dioses, reculó feo en Salamina a pesar de contar con un ejercito muy numeroso en trirremes y hombres, no había considerado la posibilidad de que los griegos (que luchaban por su supervivencia como fieras con garras y uñas) les ganaran. Estos hubieran dicho que pecaron de Hybris, o sea, de soberbia. Y con justicia he de decir que ninguno de los dos hermanos del rey Jerjes, ni ningún otro almirante, mostró en batalla el valor y pericia de mi señora Artemisia: nuestra flota fue la única que rompió la línea ateniense y la atravesó sin pérdidas. Jerjes, al verlo, exclamó: "Hoy los hombres luchan como mujeres y las mujeres como hombres". Mi Señora, al saberlo, se sintió halagada y yo, orgulloso de servirle, porque había demostrado mucho valor en combate, valor ¡y poder de mando!. Tal era su prestigio que los atenienses pusieron precio a su cabeza por la que ofrecieron 10.000 dracmas, que eso era mucho dinero, tal parece que la veían como a la legendaria reina amazona Hipolita. ¡Qué ideas la de estos hombres! mi señora....¡una amazona! Heródoto escribiría su historia, lo sé porque me entrevistó pidiendo todo lujo de detalles y yo, claro, gustoso se los di.
Notas:
1- La acción de este relato ocurre 480-479 a EC
2- Halicarnasos hoy se llama Bodrum.
3- La foto que encabeza la entrada es mía, tomada en Bodrum, Turquía actual; el mapa es de la Red.
11 comments:
Para unos constituyó una aplastante derrota; para otros, la salvación de la civilización occidental, además de la revancha helena por la derrota de las Termópilas; para todos, un momento épico y crucial de la historia antigua, convertido hoy en relato por obra y gracia de tu mano.
Un saludo, Myriam.
Qué interesantes son siempre tus entradas y cuánto aprendo y viajo a través de ellas.
Gracias por ello querida Myriam.
Un abrazo muy fuerte.
Un momento histórico que has relatado heroicamente.
Besote guapa
Eres mi heroina prefirada !Tu racontes si bien que sans doute tu es la réincarnation d'Artémise. Salut à toi ô Reine !
No conocía la cara femenina de la batalla de Salamina. ¡Bien por la almiranta y la narradora!
Un abrazo
Aunque imposible pero cierta cuando se lucha por la supervivencia muchas veces se sale vencedor.
Un abrazo.
Me encanta la Historia... :)
Besos y salud
Has relatado un momento complejo de la historia de una forma impecable y con una lectura sumamente atractiva.
Besos Myriam
Unos tiempos "heroicos", que supongo que realmente no lo serían tanto, sino de intensos sufrimientos para las gentes comunes...
Buen relato, amiga
Un abrazo
A las mujeres si no las descubrimos las propias mujeres, se quedan en el anonimato.
Besos
Aquí firma y deja testimonio un apasionado de estas historias que se lo ha pasado pipa con este relato.
Besos.
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