La mañana era una mañana como la
de todos los días, sin más ni menos. Don Ricardo salió a caminar después
de pasar por el baño y entre otras cosas, afeitarse y lavarse los dientes. Iba
en dirección al quiosco a comprar el periódico y luego iría a tomar el desayuno
a la cafetería de costumbre, que tenía las medias lunas más deliciosas de todo
Montevideo y el café mejor torrado. Sin embargo, una extraña sensación lo
invadió mientras iba caminando. En primer lugar, notaba más brillantes los
colores y los sonidos como ondulados; en
segundo, cuando pasó cerca de la Sra Gertrudes Flores de Cabrera, su
vecina del 6to piso, la misma que solía encontrarse cuando ella sacaba a pasear a su Golden retriver, no
lo saludó cuando él, a la mejor usanza clásico-caballeresca,
levantó su sombrero y se inclinó reverencialmente hacia ella, no
demasiado, por cierto, sino una leve inclinación distinguida, tanto como para
que ella sintiera la elegante deferencia con que era tratada por su
vecino del 4to piso -viudo él tanto o más que ella- Sin embargo, Gertrudes, esa
mañana se mostró totalmente indiferente, sin sonrisa, sin medias
palabras, sin rubores ni tosecillas nerviosas, sin siquiera hablar del
calor que comenzaba a esbozarse a esa
hora tan temprana. Para sorpresa de Ricardo, la buena y siempre simpática de Gertrudis actuó
como si no lo viera, “Groopy”, el perro, si lo olfateó al pasar y meneó la cola, la verdad, tuvo que
contenerse para no reír por las cosquillas que le hizo con su hocico cuando el
muy atrevido se acercó a sus partes nobles. Y luego lo otro: cuando
se acordó de que no le había puesto nafta a su coche y pensó que era buena idea
si iba ahora mismo, (ya que evitaría de esa manera las colas de los nerviosos-necesitados-de-gasolina
que tanqueaban a último momento cuando ya estaban a punto de llegar
tarde al trabajo) y quiso sentarse en el asiento, no lo encontró, tampoco el motor y menos aún
las puertas; sólo un contorno azul
lo esperaba estacionado cerca de la acera dónde lo había dejado la noche anterior. "¡Qué cosa más rara lo que veo! ¿o no veo?"-pensó-
¿será porque aún no he desayunado?” -y entre duda y sorpresa se dijo-
"vendré más tarde a ver si encuentro las puertas, el motor y las sillas y
logro ponerlo en marcha”- Acto seguido nuestro Ricardo, desconcertado y
hambriento, enfiló hacia el quiosco de diarios. ¡El mundo no podía
rodar sin que él supiera por dónde y cómo! aunque soluciones a los
eternos conflictos no podía aportar, y no porque no quisiera, sino porque nadie
le prestaría atención, porque si por él fuera,
ya hubiera arreglado todo, y sino todo, al menos, gran parte. Lo extraño
fue cuando se dirigió a José, el dueño del quiosco, él siempre tan amable, esta
vez, no lo escuchaba tan concentrado estaba –parece ser- en atender a unos
clientes, así que agarró un diario él mismo y le hizo señas de que le pagaría
mañana. Y se fue con el ejemplar bajo el brazo (ya había aprendido que si
leía cuando iba caminando, ¡cataplún! al piso y estaba ya en una edad en que era muy atinado cuidar la
integridad de sus huesos, sobre todo si quería seguir saludando a Dña Gertrudes
con una sonrisa de oreja a oreja que lo hacía tan juvenil, algo que sabía con
certitud por sus ensayos en el espejo
después de afeitarse y “encoloniarse”) así que, como decía, con el ejemplar bajo el
brazo se fue acercando a la cafetería. Y
que cosa más extraña, cuándo se
sentó a la mesa habitual y puso el periódico sobre la mesa, al punto
exacto en que levantaba la mano para hacerle señas al mozo, una pareja de
jóvenes dicharacheros entre risas y
charlas, se le acercó. Ella, muy linda, de pelo castaño oscuro y ojos almendrados,
tomó asiento frente a él; el joven, no
podría decir exactamente como era, pero sí que pesaba como unos 76,5 kg, porque el muy turro, se sentó encima suyo sin
siquiera pedir permiso.
12 comments:
Hay días que uno se siente así...
Relato divertido y preocupante.
Besos.
La vida de Don Ricardo se hizo invisible, como sucede en la realidad cotidiana, nadie se saluda ni se conoce, la mayoría van a lo suya y las relaciones se han vuelto indiferentes.
Un abrazo
JJjJjJjJjj. Dicen que suele pasar eso cuando se cumplen demasiados años.
Un halo de misterio envuelve el final de esta historia.
Un beso.
Me ha encantado, Myriam... que bonito relatas.
A mi me ha parecido todo el rato que el susodicho está en el más allá... pero que no se ha dado cuenta... Y el coche, pues también ;D ya que nuestros vehículos a veces son... como nosotros mismos :D
Myriam, que tengas buena semana, besos
Quedó solo el espíritu?...A veces nos sentimos así...
Besote. Me dejaste pensativo
Me ha encantado el relato Myriam, a veces todos nos sentimos como Don Ricardo.
Besos.
Me gusto el relato, hay veces en que nos sentimos asi no?
Te dejo un beso grande
Que tengas linda tarde
La invisibilidad es uno de los males más mortíferos que a veces sufrimos los humanos, sobre todo cuando deseamos ser tenidos en cuenta, cuando buscamos esa mirada cómplice que jamás encuentra otros ojos o cuando más necesitamos ese hombro en le que apoyarnos ... pobre Don Ricardo! .. jaja se le sientan encima cuando cree que por fina alguien repara en su presencia! pobre hombre!!! ;))
Otro beso enorme con todo el cariño que te haga sentir presente en mi ausencia!
.. precioso y más que plástica esta imagen tuya en letras, bonita!
Lo malo no es ser invisible, lo malo es sentirse de ese modo.
Besos
Sólo vemos lo que queremos ver.
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