(Foto de la red)
Doña Gracia Nasi,
nació en 1510 (?) en Lisboa, Portugal, hija de judíos sefaradíes que
huyeron de España en 1492. En razón de las conversiones forzosas de los
Judíos en Portugal en 1497 ordenadas por Manuel I, de acuerdo al requerimiento
de su futura esposa, la hija mayor de Los Reyes Católicos Fernando II de Aragón
e Isabel I de Castilla, y las posteriores masacres de judíos
conversos de 1506, fue conocida oficialmente con el nombre de Beatriz
de Luna, como judeo-conversa que era, y con el nombre secreto de
Gracia Nasi, que retomó mucho más tarde cuando pudo practicar el judaísmo
abiertamente y lejos ya, del peligro de la Inquisición. En 1528 (?)
se casó con Francisco Mendes (Benveniste) un rico comerciante de especias y
banquero, también judeo-converso que
tuvo, junto con su hermano Diogo, la inteligencia de enseñarle a ella todo
sobre los negocios de la Casa Mendes. Francisco Mendes murió
en 1535 y ella de 25 años, más o menos, quedó al frente de los negocios en
Lisboa. Su cuñado Diogo vivía en Antwerp, en dónde manejaba la rama norte del
negocio familiar. Francisco y Doña Gracia tuvieron una hija Ana.
Doña Gracia se trasladó en 1537 a
Antwerp, en dónde vivió hasta 1545 en que las cosas se empezaron a poner
difíciles para los no protestantes. Durante ese período, su cuñado, la instruyó
intensamente en el manejo de los negocios tanto bancarios como
comerciales y fue su socia en ellos. Al morir Diogo en 1543 queda Doña
Gracia al frente de toda la Empresa familiar y las
obligaciones dispersas en muchos lugares de Europa, incluso queda como
ejecutora del testamento de su cuñado y guardiana legal de la
hija de éste hasta la mayoría de edad, dejando de lado a su viuda, algo que le ocasionará serios problemas más tarde.
Dña Gracia tenía alrededor de los 33
años entonces, y estaba al frente de una de las fortunas más grandes de
Europa que las casas reales -siempre faltas de dinero por las guerras
permanentes en que se metían- veían con deseo de apropiación o mejor dicho, de
rapiña. Creo que no necesito describir ni la inteligencia, ni el carácter de
esta mujer -físicamente pequeña y delicada- que fue capaz de oponerse y
lidiar con estos reyes de Europa, incluso dirigirse al mismísimo
Papa, impidiendo que la desplumaran, negociando con ellos, prestándoles dinero, pagando
sobornos, consiguiendo salvoconductos, a la vez que, generosamente, asistía a
la comunidad judía perseguida, incluidos a los conversos, (según
los testimonios de cronistas de época como S. Usque) para quienes elaboró y
lideró una red de escape hacia el Imperio Otomano (Suleymán, el
Magnífico), que sí los recibía, proveyéndolos de asistencia humanitaria en todo sentido.
Papel moneda antiguo del Estado de Israel, Foto de la Red
Ni siquiera el Emperador del Sacro
Imperio romano-germánico, Carlos V, pudo con ella (en vano
trató de confiscar los bienes a la muerte de Diogo) y aún menos pudo su hermana
la Reina María de Austria, regente de los Países Bajos,
en su nombre, quién al final se vio compelida a reconocer lo que la
Casa Mendes, había significado para la prosperidad de Flandes y lo hizo
entre otras cosas, porque la comunidad de comerciantes protestó severamente por
cualquier medida que se intentara tomar en contra de la Casa Mendes. Tampoco
les resultó la treta de querer casar a la hija de Dña Gracia, Ana,
con un cristiano viejo, para poder acceder de esta manera a la
fortuna Mendes, a quien la madre casó mucho más tarde, con
un judío converso de su confianza y ya por el rito judío, cuando
estuvieron a salvo en Estambul, que también fue el destino final de Los Mendes
desde 1553 en adelante.
En el intermezzo (1546-1552), Doña Gracia y compañía,
pararon en lo que hoy es Italia. La Serenísima República de Venecia
gozaba de una ubicación privilegiada que funcionaba de nexo entre
Occidente y Oriente y era por entonces el paraíso de los perseguidos -más si
eran cultos como Dña Gracia- una ciudad en la que el Renacimiento
florecía en todo su esplendor en el arte, aun cuando ya comenzaba a declinar
como centro de poder, perdiendo gradualmente su supremacía frente a
Génova -ataque otomano de 1714 de por medio- hasta su total caída por obra y
gracia de Napoleón en 1797 y las firmas del Tratado de Loeben y del Tratado de Campo Formio.
La clave del éxito comercial veneciano estribaba en su tolerancia religiosa y social, especialmente para con
musulmanes y judíos, lo que les permitió comerciar libremente con
Europa (tanto la Católica, la protestante, anglicana), como con Los
Estados musulmanes del Noroeste de África (Aglabiés, Fatimíes) y
con los Imperios Bizantino y Otomano. Igualmente, los gobernantes
venecianos rechazaron durante muchísimo tiempo las presiones por parte del
Vaticano de que instaurara la Inquisición, que al final entró, aunque
suave, por 1547. Por eso, cuando Doña Gracia tuvo
que irse de Antwerp este fue su destino elegido; irse
mudando su negocio también, entendido, sin llamar la atención de los
monarcas europeos, algo nada fácil por cierto, para lo cual montó una
estrategia eficaz en la que por ejemplo, dejó su casa completamente montada,
con libros de Contabilidad bien a la vista, mandando carruajes cargados de mercaderías
de su propiedad a distintos sitios de los cuales le serían reenviados a ella
posteriormente, algunos de los cuales se perdieron o fueron confizcados, dejando
empleados de su Empresa en la retaguardia en diferentes puntos, finalizando
negocios, etc. Y lo logró. Y fue muy bien recibida por el Duque de
Venecia, Francesco Donato, que sabía que se iba a
beneficiar con su estadía en la República, porque los préstamos de dinero le
eran esenciales, pues el ducado tenía amenazas tanto del lado de Europa, como
de los Turcos. En esos años pasan muchas cosas, incluso Doña Gracia tuvo
que trasladarse de urgencia, por un tiempo, al Ducado de
Ferrara, cuyo Duque Ercole II D'Este, también la
recibió muy bien -y se benefició- y luego cuando todo estuvo listo para la partida a tierras
otomanas, vino un Cadi, -emisario del Sultán Suleymán el Magnífico- a
escoltarla a ella, junto con toda su comitiva, a Estambul, en donde Doña Gracia
profesó el judaísmo libremente, caso a su hija Ana por el rito judío
con Don Joseph -su mano derecha en los Negocios- y ocupó un lugar
preponderante en la Corte Otomana.
Todo
esto y mucho más cuenta la periodista Andrée Aelión Brooks, que
ha investigado minuciosamente la historia de Doña Gracia Mendes – también
conocida como Beatriz de Luna- su vida, su Empresa y su rol en
la protección de los judíos sefaraditas y conversos forzosos en su libro: “The
woman who defied Kings” Parangon House Ed.,
N.Y., USA, 2002. Una investigación que lleva a la autora a descubrir documentos en 13 idiomas distintos desparramados en los archivos de
Lisboa, Vaticano, Venecia, Modena, Ferrara, Estambul, etc, etc, etc. con los
cuales armó el rompecabezas de la vida de esta increíble mujer del
Renacimiento.
10 comments:
Linda la historia de esta valiosa mujer que supo lidiar con ese mundo antiguo lleno de entuertos y ella que siendo tan poderosa económicamente resulto tan astuta,..bueno tenia que serlo en ese tiempo de guerras y lo mas temible la inquisición,..y mas siendo mujer y con tantos millones,..brava mujer,..
Una supermujer solapada en la historia como tantas otras porque siempre pasaban a ser la sombra de ellos.
Besos Myriam
Una mujer que aparte de tener una inteligencia natural, tuvo dos buenos maestros.Pero no cabe duda que fue una mujer "notable".No dio puntada sin hilo y más en unos tiempos de tanta inestabilidad política.
Besos feliz semana Myr.
Interesante... :)
Salud y besitos
Muy interesante y bello lo que cuentas sobre Beatriz de Luna, didàctico post. Gracias Myriam. Un abrazo grande :)
Gracias. Una mujer que tenía vagamente en la memoria y que tú has levantado ante mí de nuevo. Apreciable.
Besos.
Las historia de la historia son interesantes. Está de doña Gracia lo demuestra.
Besote guapa
Para aquellos tiempos algo fuera de lo común; bien por ella. Todo un crack
Besos Myriam
Una gran sefardita. No conocía a doña Gracia. Gracias por dármela a conocer.
Besos, Myriam.
Que mujer! Maravillosa. Una nueva para mi coleccion de heroinas!
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