La vida ficticia de Andrés Braña:
Uno de los personajes mejor logrados de esta
novela -para mí- es el del padre de
Bruno, Andrés Braña, eje vertebral de la novela, en el que el narrador omnisciente muestra de forma
contundente y eficaz su compleja
personalidad. Ya hemos visto antes la difícil relación que mantenía
con su hijo Bruno y también como fue que Andrés llegó a la familia de la madre
de aquel y se casó con ella.
Lo primero de lo que tenemos noticia en la novela es que Andrés, nonagenario, ha sido –erróneamente, eso lo sabrá el lector después- diagnosticado con Alzheimer (50). Debo decir
que es maravillosa la descripción que la autora hace de esta enfermedad y su progresión, con el símil del desmantelamiento de un
edificio, que cuantos más pisos tenga,
más tardará en desmontarse (108-109).
El impacto que este diagnóstico tiene en Andrés es, obviamente, devastador, y va a provocar en él una
batahola de sentimientos y
pensamientos que van desde el querer
“dejar las cosas en su sitio” sin remover el pasado (109) a una satisfacción
casi masturbatoria “en redimirlo del
olvido” (237), porque el deseo por hacerlo,
lo había querido devorar (188).
A una edad tan avanzada como la de este personaje que incluso tiene 4 años más de los
90 declarados en su documento de
identidad (138) es absolutamente
esperable que la persona, en la vida real, pierda memoria a corto plazo y sin
embargo recuerde con extremada lucidez su pasado lejano, tratándose de un envejecimiento normal. Esto lo señala muy bien el narrador
omnisciente en varias ocasiones a lo largo de la novela, como cuando Andrés olvida la contraseña que había colocado en
los archivos de su ordenador (191), sin
que implique por ello, ningún
deterioro cognitivo patológico
como lo sería una demencia tipo
Alzheimer, que además dicho sea de paso,
suele estallar mucho antes en la vida de un individuo. Como sea, el efecto
devastador que produce ese diagnóstico mal hecho por un Neurólogo a ojos vistas inexperto en Gerontología –que lamentablemente los hay-, provoca en Andrés “una ataque a traición de
los recuerdos más remotos” (137-140) y sin
saber bien qué hacer con “aquel puñado
de recuerdos que crecía como una marea enfebrecida y que sólo le pertenecían a
él" (186-191). Así nos vamos enterando de
su biografía, la real, no la ficticia inventada y vivida hasta entonces. Significativo es que un día Andrés, (que ya
había empezado a escribir sus memorias
en el ordenador), escribiera la palabra
“golpe” en lugar de “galope” (188) (referido a
cuando el padre llegaba a galope, Andrés recordaba muy bien el ruido de los
cascos del caballo, p. 139). El padre siempre estaba borracho, golpeaba a la
mujer sin piedad, y lo hizo, hasta matarla
en la cocina. Andrés de once años por aquel entonces, vio a la madre muerta en
un charco de sangre en la cocina, no necesito decir aquí la experiencia
traumática que significa una tragedia de tal magnitud en la vida de un niño ¿verdad?.
Después de que el padre fuera encarcelado,
asumen la custodia del niño el maestro Jacobo Ordoñez y su mujer Matilde (189). Igualmente recuerda Andrés a su hermana Inés
muerta y a algunas de sus amantes, como
a Preciosa Duarte, a quien visitará ya de viejo, un día en la Casa de Reposo,
en dónde ésta se alojaba (404-410) nos lo relata el narrador omnisciente en una escena francamente entrañable.
Un
día, descubre Bruno un volumen de poemas de Federico García Lorca en la Biblioteca del padre, dedicado a un tal
Ángel (208) y se lo lleva a la Neuróloga joven que esta vez entrevista a Andrés, quien hasta el momento había pasado las pruebas
médicas exitosamente (para corroborar –o
descartar- el diagnóstico de Alzheimer)
y Andrés que no está dispuesto a revelar aún el significado de ese libro en su vida (la
verdadera) finge entonces tener esta enfermedad (461-464). Al ser confirmado el diagnóstico, --.embuste
de Andrés mediante- Bruno se descorazona y vuelve sobre el tema de que el padre
acceda a ser entrevistado por Aida (491, 492), mientras, el padre se cuestiona para qué escribir
unas memorias que vayan a “perpetuar la gran mentira” (493), aunque accede
finalmente a ser entrevistado por ella y Aida y él se encuentran (498-500 y
508-511). Igualmente él ya ha ido grabando
su biografía (256-258, 285-288, 330-332). Incluso, este especialista en hacer
“el paripé” (257) le deja una grabación a Aida revelándole –confesando- su gran secreto (534-546) y a ella la potestad
de revelarlo o no a su hijo Bruno.
Abuelo Ángel Bravo; nudo, enigma, confusión y mito:
Desde el principio de la novela Aida tiene
una obsesión –“objeto primordial de su existencia”- por descubrir la tumba del abuelo (66) a quien cree
represaliado en el 37 cuando los nacionales entraron en Asturias (67) y dedica mucha energía en descubrir el
pasado de su abuelo, para ello va reconstruyendo la infancia de su abuela en la
casa de Pomar y la vida del pueblo minero en Bustiello, Asturias, -el pueblo modelo del Marqués de Comillas- en
un magnifico entramado de relaciones que vamos conociendo a lo largo de la
novela, a cual más interesante. De
aquella época sólo queda viva su tía abuela Paloma y ella, por fin, se decide
a hablar y contarle a su sobrina-nieta lo que recuerda de su abuelo. Lo veremos en
los siguientes párrafos, de momento, Aida que ha estado investigando sobre las
Misiones Pedagógicas, se ha despertado
por una pesadilla sobre la guerra,
en donde sabe que se encuentra "el nudo" que ha venido a
estructurar su vida, sumado a "la ceremonia de confusión" en que han
estado sumidas la abuela, la madre y ella -según le escribe a Bruno en un correo- lamentando
lo tremendo de un enigma en torno al
cual se ha construido una leyenda (174, 175).
Mientras Paloma-anciana critica lo
“panfletaria” que a veces es Aida (dividiendo siempre a la gente en dos bandos), comienza a contarle a Aida las muchas cosas
que la abuela Claudia había metido en la cabeza de su madre Inés,
en cuanto a la ideología del abuelo que era “un rojazo”, igualmente, le cuenta que la abuela veía a Bruno (Cuando actuaba en Estudio 1) parecido al abuelo (324) y le habla a Aida de
lo guapo que era su abuelo, tan guapo como un actor de cine (engominado, con mechón cayendo y una sonrisa
preciosa), elegante, con mucho mundo
(444, 447). Ángel Bravo era un
maestro que había llegado a Bustiello con las Misiones
Pedagógicas (MP)(454), la abuela Claudia lo conoce cuando Ángel integraba el Coro y Teatro
del Pueblo de las MP, cruzaron sus miradas, y la abuela quedó prendada de él sin
podérselo quitar de la cabeza (455),
Claudia, la abuela, se ofreció entonces a ayudar en el montaje de una
exposición por la que Ángel, seguiría en el pueblo (456) y ella se enamoró de él apasionadamente (457) Su
hno de leche y prometido (en secreto), Andresín, que la quería con amor profundo y verdadero, supo que ella se había enamorado de “el
misionero”, tal era su apodo. (457). Ángel muestra ser de una “apabullante personalidad”,
“de cuidado, hábil, inteligente y particularmente diestro a la hora de influir
en la gente y conseguir de ella, ellos, lo que quisiera”, como cuando convence al
Turronero Francesc de seguirlo (458). Con
los datos que Aida ha conseguido hasta el momento, se empieza a imaginar a su
abuelo –“ese ser mitológico (…)”- y lo ve como
manipulador de voluntades ajenas para lo cual tiene “una fuerza
inusitada” que atrapa “victimas”
o “destinatarios” “con una planta irresistible y un pico de oro que no
dejaba ninguna posibilidad de huir” por
lo que su abuela, pueblerina y
adolescente, debió sentirse “inerme” (459).
Esta figura legendaria, idealizada del
abuelo, en la vida de Aida, que además, recordemos, ha crecido con un padre ausente – si
estuviéramos hablando de una persona real- suele provocar un desajuste
considerable en lo que hace al modelado de personas significantes masculinas en
su vida, lo cual repercutiría sin duda en
las elecciones de parejas (erradas)
y un sinfín de relaciones colapsadas, en las que ella demanda a los hombres (aquello
que no pueden darle, porque ninguno por mejor elegido que estuviera, llegaría a
los pies del abuelo, bajo cuyo mito ella creció) tal como sucede con el personaje de Aida
diseñado en la novela.
Luego, a partir del relato que su tía abuela
hace de su abuelo, Aida compara la
personalidad avasallante de Bruno con la del abuelo y encuentra entre ambos similitudes. Ella
dice que intuía en Bruno una “inteligencia manipuladora y a veces cruel” al lograrla
seducir y “ella cae con todo el equipo” o eran esas intuiciones sobre
Bruno, resultado de sus propios miedos, se pregunta (460). Y vuelve aquí a
considerarse víctima a merced de los encantos de Bruno (461), siempre desde
su subjetividad (relatado por el narrador omnisciente), claro está,
incluido el tema de los celos que le provocaba el que Bruno tuviera éxito con
las mujeres, que hubieran sido o
pudieran ser amantes suyas (sin que nos conste por parte de él), y el desprecio de Bruno hacia ella, cuando Aida lo increpaba al respecto (461).
Aida -víctima-, culpa a Bruno de “manipulación perversa” (¿o grandes dotes de seductor?) pero eso no
justifica que busque esos rasgos en su abuelo porque no cuadran con el mito
bajo el cual creció (461), en una clarísima idealización del abuelo
(volveré sobre esto más adelante).
Andrés Braña/Ángel Bravo ¿quién es quién? y la deconstrucción de un mito.
Andrés Braña ha suplantado una identidad, bajo la cual ha
vivido desde el final de la guerra. La nueva
identidad que ha tomado, resulta ser la de
Andres(ín) Barea, hrno de leche y prometido (en secreto) de Claudia, abuela de
Aida. Andresín, hizo eso y más, ofrendó
su vida por amor, para que Ángel volviera por Claudia embarazada, la cuidara, y se la llevara lejos,
dónde estuvieran a salvo. Ángel Bravo,
alias “el misionero”, tomó la identidad huyendo por los montes de braña; poco
más tarde, modificó el apellido original Barea, para convertirlo en Braña en honor a los
montes que lo habían protegido (537). Jamás
volvió por Claudia y aún más, se hizo pasar por hombre de derechas viviendo una
vida completamente ficticia. El tan
mentado "héroe” de guerra en el imaginario familiar de Aida, caído al luchar
por los ideales de la izquierda, represaliado, resultó ser
un cobarde egoísta, al fin de cuentas -humano- que sólo pensó en salvar su pellejo. Un mito de héroe con pies de barro, que se desploma y hace
añicos, de saberse, pero esto lo sabe
sólo el lector; los personajes no, al menos no hasta el final de la
novela.
En la vida real, muchas personas viven actuando múltiples roles a lo largo de su vida, pasando de uno a otro o
viviendo varios simultáneamente, -como vemos que lo hace Bruno, personaje
que además es actor profesional- uno de
los aspectos más importantes del crecimiento como personas, es llegar a
conectarnos con nuestro verdadero ser
interior y lograr vivir una vida auténtica, siendo nosotros mismos. Vivir falsos roles tiene su precio, lo vemos
en el sufrimiento de Bruno, que no es feliz tampoco cuando los actúa en su vida personal. En el
caso de Andrés/Ángel, es
diferente, aquí se ha producido un cambio absoluto de identidad. Ángel “muere” para “ser” Andrés ¿pero
muere realmente Ángel? Ángel,
-lo vemos acertadamente en la
narración- ha sido relegado a un lugar
recóndito del inconsciente, de ahí que ante un diagnóstico traumático como es
una demencia tipo Alzheimer, esa personalidad tenazmente reprimida, puje por volver a la conciencia y
evitar de esta manera, el aniquilamiento
total (137-140).
En el caso de Andrés/Ángel, hay otro aspecto
por lo que este personaje me resulta tan interesante: En su nueva identidad, actúa como un hombre
de derechas, sin pasado, sin padres ni historia previa al encuentro con la que
va a ser su mujer y madre de Bruno, Piedad; un hombre -mujeriego y
seductor, siempre- que odia a los
extranjeros, y su nieta china es “la chinita” “que lo revuelve todo” y nada
nieta, “tan ajena a su sangre” (288), un
padre que ha controlado y desvalorizado permanentemente a su hijo y a sus nietos mayores que considera un “par de gillipollas”, etc, etc, y esto no podría hacerlo sin cometer algún acto fallido o lapsus
lingue, por más cuidado que tuviera, poniéndose al descubierto, sino produce
además un des-enganchamiento de la
instancia moral, por la que desengancha también, la culpa. Andrés Braña vive esa nueva vida, sin
culpa, no hay ningún remordimiento de conciencia, por haber dejado a Claudia
embarazada (540), ni porque el verdadero Andrés(in) muriera por él sin que Andrés/Ángel cumpliera su promesa (535, 542) . Tampoco hay culpa
cuando Andrés/Ángel querría ver la cara
que el hijo pondría de saber su verdadera identidad (187), huelga decir, que con una total carencia de empatía por el
hijo y por lo que éste pudiera sentir al constatar que ha crecido en medio de una gran mentira.
Qué Andrés/Ángel haya querido olvidar
su pasado en un primer momento, es
comprensible, como comprensible es que no sepa dar a su hijo el afecto y
reconocimiento (o confirmación) que no
tuvo de su padre. Era un niño cuando vio a su padre maltratar a su madre
hasta matarla; la vio muerta y en un charco de sangre en la cocina (189). Este es un trauma horrendo, del que
pocos pueden recuperarse y salir
indemnes, lo natural en estos casos es que lo olvide automáticamente, ni siquiera sería una cuestión de preferencia, (puesto que el monto de dolor sería intolerable
para la conciencia y el aparato psíquico no podría soportarlo), olvidando del
todo a su padre, (reprimiendo, entonces tal como Andrés lo hace- esas vivencias extremadamente dolorosas en un rincón del inconsciente), y que
prefiera incorporar a su maestro como
padre adoptivo y modelo, que sí le brindó afecto y se preocupó por él ( 189, 285-287), tanto como también incorporar sus ideales ¿pero, los hizo carne? ¿o los siguió sólo para
granjearse su afecto y reconocimiento?. ¿Cuál es el peso de la carga genética
y cual la de lo visto y aprendido del padre, del maestro?
¿”Matando” a Ángel, mataba al padre? ¿Pero “siendo” Andrés, no vuelve a ser más
cercano a lo que el padre era? Y paradójicamente, siendo Ángel, ¿no se acerca más a su propio hijo Bruno?.
La culpa aparece cuando va recobrando
los recuerdos y su verdadera identidad: “Porque qué y quien había sido era tan
confuso, que ni siquiera con la memoria íntegra se sentía capacitado para
entenderlo, para descifrarlo y mucho menos para perdonarse”
(140).
Contribución a la lectura colectiva virtual que hacemos bajo la conducción de Pedro Ojeda desde su blog La Acequia. © Myriam Goldenberg
11 comments:
Curioso, tenía este libro apuntado para leerlo porque me habían hablado de él. Estupenda tu extensa reseña.
Gracias y besos.
Buuufff de un tirón te he leído MYR, necesitaría un par de horas para comentarte todo lo que me ha sugerido estos destellos de una novela que desconocía y que me han entrado muchísimas ganas de leer, diagnósticos erróneos, memorias selectivas, personalidades múltiples, locura y desconcierto que a veces devoran la mente humana sin piedad sobre todo cuando todo se cimenta sobre el barro de una infancia tan tumultuosa como parecen resultan ser las vidas de todos los personajes que mencionas...
Es malo no hacer limpieza general de vez en cuando en el coco... acumular mugre durante toda una vida termina por explosionar sin remedio, incluso limpiando de vez en cuando no impide que desgraciadamente a veces el cerebro se cale...
Ootra de sus genialidades exhaustivas ¿¿cómo lo haces?? pura disección quirúrgica es lo tuyo con los libros, maaaadre mía...
Enhorabuena! mil besos preciosa y muy feliz semana.
¡Feliz semana!
Besos y salud
no conocia este libro. pero ahora me apetece leerlo :)
MARIA PILAR comenta:
He empezado a leerlo y me ha encantado, pero lo dejo porque estoy leyendo el libro y prefiero leerlo cuando lo acabe.
Un beso
Interesantísimo trabajo. Espero impaciente el final.
Un beso.
La verdad es que no conocía esta obra... Tomaré nota, amiga...
Un abrazo fuerte
Es uno de los personajes que más me han interesado. Gracias
Besos
Magnífico análisis. En efecto, este personaje no solo pesará sobre el pasado y el presente, también sobre el futuro. Uno de los que atrapan la intriga del lector.
Besos.
A mí lo que me resulta incomprensible es que alguien pueda mantener una falsa personalidad toda la vida. Andrés debía ser un actor extraordinario, cualidad que el hijo no ha heredado.
Nos aportas un buen estudio psicológico que se agradece.
Besos, Myriam
Tu análisis no es ninguna batahola (desconocía esta palabra) de observaciones superficiales, sino un estudio en profundidad del personaje, de arriba abajo nos lo has desnudado.
Cualquiera se atreve a tener secretos contigo, je, je.
Se ve que el personaje de Bruno es uno de tus favoritos, bien que lo defiendes.
Ya me he enterado del todo de qué pasa al final de la novela. Me parece mejor tramada y de un discurrir más complejo de lo que pensaba después de leer tus entradas.
Un abrazo.
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