James Holman
viajó a lo largo de toda su vida la increíble distancia 250.000
kilómetros, más de lo
que nunca nadie antes de su época había viajado. Ni siquiera gente de
la talla de Marco Polo o Alejandro Magno se acercaron a esa cifra. De
hecho, fue un récord que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, y lo
hizo, increíblemente, a pesar de estar totalmente ciego y sufrir un
reumatismo agudo. Cuenta en sus crónicas que a menudo los dolores eran
tan fuertes que ni siquiera podía salir de la cama. Luego, cuando sus
dolencias mermaban, volvía a levantarse sin ayuda, tomaba su viejo
bastón y continuaba recorriendo el mundo. Un tipo impresionante.
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Este célebre viajero inglés, nació en Exeter en 1786. Fue un niño
completamente saludable que nació con una visión perfecta y con la que
soñaba viajar por el mundo. Por eso, a la edad de doce años, se unió a
la Real Marina Inglesa y zarpó hacia el Atlántico Norte. Se desempeñó
allí durante una docena de años llegando a alcanzar con honores el rango
de Teniente. Por esa época su labor consistía en patrullar las gélidas
aguas de Canadá y Nueva Inglaterra.
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La vida en el mar era brutal y dependía mucho de la suerte, algo que
James Holman no tuvo de su lado. El constante frío y la humedad
deterioraron su organismo con pocos años. Sus huesos comenzaron a sufrir
dolores misteriosos y muy intensos. El dolor de los pies y los tobillos
inflamados comenzaron a atormentarle de tal manera, que un día James ya
no pudo caminar. Inservible para la marina, el teniente Holman fue
enviado de vuelta a Inglaterra en 1810; prácticamente era un inválido.
Pero lo peor estaba por suceder. Mientras se recuperaba en el balneario
de Bath, la vista también le empezó a fallar. No está claro el por qué,
pero se deduce tal vez hubo un vínculo con el reumatismo y el escorbuto.
De ahí en adelante, su deterioro físico fue rápido y catastrófico. En
cuestión de semanas James Holman se quedó sólo, casi completamente
paralizado y ciego. Tenía apenas 25 años de edad.
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A principios del siglo XIX, las personas ciegas eran vistas, a lo sumo,
como seres que inspiraban piedad o caridad. A nadie se le ocurriría
contratar a un hombre que no podía ver, aunque hubiese sido un destacado
marino como Holman. Se esperaba que los ciegos se conformasen con una
vida de mendicidad en las calles, y que usaran una venda atada alrededor
de sus dañados ojos, para evitar "perturbar" a los sensibles
transeúntes.
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Holman tenía muy claro que no quería vivir así. Él no iba a ser tratado
como alguien digno de caridad. En cuanto sus adoloridos huesos se lo
permitieron, se levantó de su lecho y empezó a aventurarse solo,
aprendiendo a navegar por calles de Londres, guiándose siempre con la
punta metálica de su largo bastón. A dondequiera que iba, siempre se
presentaba con su impecable uniforme azul de Teniente de la Marina Real,
y como parte de un pequeño capricho o vanidad, siempre se negó a usar
la venda sobre sus ojos.
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Por sus años de desempeño en la Marina Real pudo acceder a un beneficio
inesperado y logró ser aceptado como Caballero Naval, un cargo
honorífico para los navegantes con discapacidad, a quienes se les
entregaba una asignación anual (a manera de jubilación) y alojamiento
gratis en el Castillo de Windsor, donde la única condición u obligación,
era asistir dos veces al día a escuchar misa y rezar por su Rey. Fue en
el Castillo de Windsor donde empezó la dura pero necesaria tarea de
afinar el resto de sentidos que le ayudarían de ahora en adelante, el
oído, el tacto y el olfato. Con ellos, él pensaba, lograría suplir a sus
ojos.
También se propuso ser un hombre más culto y decidió estudiar.
Inscribirse en la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo
parecía ser una idea descabellada. De hecho, Holman había abandonado la
escuela a los doce años de edad porque no le gustaba. Ahora que estaba
empecinado con su idea, asistió a clases a pesar de que el sistema braille
todavía no se había inventado. Nuevamente demostró su tenacidad y logró
completar sus estudios asistiendo a conferencias en varias ocasiones -
una vez, dos veces y hasta tres veces - hasta que estaba seguro de haber
asimilado toda la información. Poco después, siguiendo el consejo de su
médico, James salió de Escocia y partió hacia el Mediterráneo en busca
del sol, de un clima más benigno que aplaque el dolor de sus huesos.
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Claro, lo que su médico tenía en mente era un crucero de placer por el
sur de Francia, acompañado de una enfermera y un par de asistentes, pero
el modesto presupuesto de Holman no alcanzaba para darse esos lujos
porque a duras penas podía mantenerse solo. Pero eso no fue ningún
impedimento para el ex marino, de todas formas, cojeando y con su bastón
se subió a un ferri de cuarta hasta Calais, y ya en Francia, siguió
viajando hacia el sur por tierra completamente solo. Esta, sin duda, fue
la mejor decisión de su vida.
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El trayecto que siguió habría sido un infierno para cualquier hombre
sano. Las carreteras de Francia en esa época eran desastrosas, llenas de
lodo, baches y trincheras, resultado de tantos años de guerra. En los
trayectos que se hacía en autocar, los pasajeros eran hacinados como
animales de carga, uno encima de otro; y para completar el panorama,
había un inconveniente adicional: Holman no sabía nada de francés. Aún
así, lleno de optimismo y amor a la vida, en su cuaderno de viaje
escribía: "¡Heme aquí, pues, en Francia, rodeado de un pueblo, para mí,
extraño, invisible e incomprensible!"
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Su salud mejoró notablemente y su espíritu volaba. Era tanta la energía
que le proporcionaba la nueva aventura que literalmente se desbordaba en
hiperactividad. Hubo algunas veces que en los tramos lentos de la
carretera sentía la necesidad de ejercitarse y se le ocurrió una
descabellada idea: atar un trozo de cuerda en la parte trasera del
autocar y luego correr tras el. El ejercicio lo vigorizaba, se estaba
convirtiendo en un típico aventurero.
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De esa forma James Holman recorrió Francia durante un año, haciendo unas
medianas pausas en París, Toulouse y Montpellier. Sin lugar a dudas el
Teniente debe haber sido un espectáculo curioso: un ciego inglés de
buenos modales, alto, delgado y con su uniforme azul marino, sólo que a
su atuendo ahora le había añadido un gran sombrero de paja.
Tte. James Holman
Ya era un experto en manejarse por pueblos y ciudades extrañas guiándose
por el tap-tap de su bastón, absorbiendo y analizando, aprendiendo de
los sonidos y los olores de las plazas y mercados, sintiendo y
descubriendo a cada paso nuevos caminos, iglesias, edificaciones.
Siempre el caballero perfecto, las mujeres confiaban rápidamente en él y
le dejaban explorar sus rostros con las manos. Holman era un tipo
encantador, y aún en su condición de ciego, conservaba su buen ojo para
las damas.
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La gente le preguntaba constantemente que cómo era posible que un hombre
ciego pudiese disfrutar del turismo. El les contestaba que su ceguera
intensificaba los placeres de viajar. Eso le daba lo que él llamaba
"algo más fuerte que la curiosidad", algo que lo obligaba a hacer una
pausa y examinar todo profundamente.
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Después de su aventura por Francia, Holman debió haber regresado a casa,
puesto que los Caballeros Navales así como gozaban de privilegios,
también tenían obligaciones. Le habían dado el permiso de un año desde
el castillo de Windsor, ni un día más. Ahora debía volver para cumplir
con el principal deber de un caballero Naval: asistir a la capilla dos
veces al día. Pero Holman no estaba hecho para una vida así, el no podía
vivir encerrado en un castillo, el necesitaba viajar, cada día quería
llegar más lejos, así que en vez de regresar, prefirió avanzar hacia Italia.
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En Roma, nuestro ciego aventurero se trepó dentro de la cúpula de la
Basílica de San Pedro e intentó (sin éxito) pasar por una ventana para
salir por el techo. Expulsado del Vaticano, se dirigió a la cima del
Vesubio, recordemos que por aquella época el volcán estaba
peligrosamente activo. Se convirtió en la primera persona ciega en
alcanzar la cima del famoso volcán.
Mapa del primer viaje de James Holman
En la cercana Nápoles, Holman se encontró con un viejo amigo, también
marino, un hombre que en sus cuadernos él lo llama el Sr. C. Este
anónimo Sr. C se había vuelto sordo desde que habían servido juntos en
el Atlántico y al igual que nuestro personaje, también había
desarrollado una gran pasión por los viajes. Así que el ciego y el sordo
se unieron y viajaron juntos a través de Suiza, Alemania y los Países
Bajos. Fue la primera y única vez que Holman viajó acompañado.
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Los amigos se separaron en Ámsterdam y fue entonces cuando Holman tomó
un ferry de regreso a Gran Bretaña. Había estado fuera más de 700 días y
por supuesto, fue sancionado. Fue expulsado del castillo de Windsor por casi un año.
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Sin embargo, se quedó en Inglaterra sólo el tiempo suficiente para
dictar un libro sobre sus aventuras en Europa*, y antes de que sus
memorias llegaran a las estanterías, ya se había ido de nuevo. Su
reciente paseo por Europa había sido sólo un calentamiento puesto que
ahora se había empecinado en lograr una aventura más grande: un circuito
completo alrededor del mundo.
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En la década de 1820, una vuelta completa al mundo entraba en el terreno
de la fantasía. Solo unos pocos marineros y comerciantes avezados lo
habían hecho, y lógicamente, eso era algo prohibitivo para los viajeros
independientes, primero, porque hacerse a la mar siempre ha sido
peligroso, segundo, conseguir un buque de vela con tripulación propia,
era demasiado caro, y tercero, porque en esa época ese viaje te tomaría
el resto de tu vida. Sólo a un loco se le ocurriría que eso era posible,
y ese loco era el Teniente James Holman.
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Holman tenía un plan: reduciría el costo de los viajes por mar, viajando
en la medida de lo posible por tierra, en transporte público, durmiendo
en hostales y alimentándose en plazas y mercados. Ahora, la única ruta
posible para llevar a cabo su plan, era una ruta que nadie antes la
había intentado. En lugar de navegar hacia el oeste hacia el Nuevo
Mundo, el tendría que empezar por ir hasta el vasto imperio ruso,
cruzaría Siberia, y pasaría por el Estrecho de Bering hacia América en
algún caritativo barco ballenero. Bueno, ese era su plan.
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El viaje comenzó bien. Holman llegó en barco a San Petersburgo, a
continuación tomó un trineo público a Moscú, pero cuando le comentó a la
gente acerca de sus planes de seguir hacia Siberia, nadie se lo creyó.
Pensaban que estaba loco.
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Su determinación era inquebrantable. Compró un carro viejo y contrató un
conductor, y abastecido de una buena cantidad de té, de medicina y
cuatro barriles de brandy, emprendió su camino hacia las estepas
siberianas. El viaje, en sí, fue una experiencia muy desagradable.
Pasajero y el conductor no tuvieron nada más que pan duro para comer
durante varios días. Una semana se enfrentaron a temperaturas bajo cero,
y a la siguiente se encontraban en un pantano, presa de insectos y
mosquitos que se dieron un banquete con sus rostros. En cierta ocasión,
Holman pudo escuchar un fuerte ruido de cadenas, se dio cuenta de que
estaban pasando cerca de una columna de convictos que marchaban
condenados al exilio en Siberia.
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Tres meses y 3.500 km después de salir de Moscú, los viajeros llegaron
magullados y congelados a Irkutsk, capital de Siberia Oriental. Y allí,
después de una cálida bienvenida, Holman fue detenido repentinamente
bajo sospecha de espionaje y fue llevado de vuelta hacia Moscú. Poco
después apareció un agente de la policía secreta del zar con la orden de
escoltar a Holman fuera de Rusia. El inglés fue puesto en un trineo y
conducido a miles de kilómetros hacia el oeste a una velocidad
vertiginosa. No hicieron ninguna parada hasta llegar a Polonia. Fue
arrojado en la frontera y obligado a salir de Rusia.
Mapa de su fallido segundo viaje que le costó una estadía en Siberia
y la expulsión de Rusia
Un desconcertado y perplejo Teniente Holman hizo su camino de regreso a
casa, llegando sano y salvo en junio de 1824. Había estado fuera dos
años y un día. Su vuelta alrededor del mundo había fracasado, pero una
buena noticia lo esperaba: su libro se había estado vendiendo como pan
caliente y ahora era famoso. Aquel ex marino, llamado ahora "El Viajero
Ciego", se había convertido en una celebridad.
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Después de escribir un segundo best seller sobre su aventura
siberiana*, se puso nuevamente en movimiento. Ahora, con las regalías de
sus libros ya podía darse el lujo de intentar una vuelta al mundo
navegando. Habló con personas influyentes en el castillo de Windsor, les
explicó que por motivos de salud debía viajar constantemente a lugares
más soleados. Tomando al pie de la letra sus peticiones, le ayudaron a
que forme parte de la tripulación de un barco británico que zarpaba
hacia África occidental, en aquel entonces conocida como “la tumba del
hombre blanco”.
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Fue enviado en una fragata de la Marina Real que iba a establecer un asentamiento británico en la Isla de Fernando Poo,
en la costa oeste de África. A diferencia del resto del continente, se
pensaba que esta isla estaba libre de malaria, que tenía un aire limpio
refrescado por la brisa ligera del mar. La tripulación esperaba
encontrarse con un pequeño paraíso tropical, pero la verdad, es que se
encontraron con el infierno.
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La malaria arrasó rápidamente con los ingleses. De los ciento treinta y
cinco hombres que llegaron en la fragata, sólo doce sobrevivieron a la
expedición. Sin embargo, y a pesar de la terrible cifra de muertos,
Holman transitó por aquella pequeña e infecta isla durante más de un año
ayudando a su amigo, el capitán Owen, a construir una base de
abastecimiento, y por primera vez tuvo suerte con su salud, pudo salir
con vida. Fue en aquella isla donde Holman decidió dejarse crecer una
enorme barba, la que mantuvo durante el resto de su vida.
Este fue su tercer gran viaje, una vuelta al mundo, que empezó viajando de África a Brasil
Poco después logró engancharse en un barco holandés, en el se trasladó a
Brasil. A partir de allí comenzó una serie de viajes por mar que por
fin realizaron su sueño de dar la vuelta alrededor del mundo. Primero
fueron Sudáfrica, Zanzíbar y Mauricio. Luego siguieron Ceilán (actual
Sri Lanka), Calcuta y Cantón (ahora Guangzhou). De China se dirigió a
Australia, y luego fue a través del Pacífico, rodeando el Cabo de Hornos
en la punta austral de América del Sur, regresó a Brasil, y poco
después a casa.
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En Brasil aceptó una invitación para inspeccionar una mina de oro (no se
molestó en llevar una linterna). En Sudáfrica aprendió a montar a
caballo y se internó en la selva con jóvenes africanos que no hablaban
inglés. En Ceilán, participó en una cacería de elefantes. Cruzó Zanzíbar
y Tasmania a pie. Y en China le dio unos cuantos toques a una pipa de
opio.
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Pero no todo fue un camino de rosas: en una de sus excursiones fue
atacado por un enjambre de avispas, fue arrojado y arrastrado por un
caballo, y en varias ocasiones su reumatismo le paralizó. Pero él
siempre siguió adelante, con paciencia y tenacidad, y siempre luciendo
orgulloso su ya descolorido uniforme naval y en la mano derecha su
infaltable compañero de aventuras, su viejo bastón. En sus escritos JH
ha dejado testimonios de lo que para él era la vida y sus creencias, de
hecho, se refiere en muchas ocasiones a "la protección divina y a lo
bondadosa que le resultaba la humanidad”. Tenía sus razones: en cinco
años de recorrer el mundo ni una sola vez fue atracado o robado.
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10 comments:
Un hombre singular. Le salvó su vitalidad. Nadie podría pensar que un hombre con tantos achaques llegara a vivir tanto. Esa mentalidad de aventurero e incansable viajero, ese gusto por explorar y perderse por tierras extrañas, muy de la época, le hubiera valido también, además de "reumático", el calificativo de "romántico".
Un abrazo, Myriam.
Una vida de superación, no todos tenemos esa fortaleza y desde luego es un ejemplo para muchos que un dolor de cabeza los deja aislados y sin alegria. Un abrazo
Y nos ahogamos en un vaso de agua...Tenaz como ninguno, supo sacar partido de sus discapacidades, que le dieron una nueva perspectiva del mundo.
Besote guapa
No he podido parar de leer, se me ha hecho tarde para ir al supermercado por culpa de Holman y su viajera ceguera...jajaja
Esto lo deberían leer muchos quejicas que se auto compadecen de una dolencia malviviendo el resto de sus vidas amargados.
Una cosa que me sorprende: la ausencia total femenina en el relato.
Besos y salud
Impresionante vitalidad.
Me ha impresionado su tenacidad y la fe en si mismo que demostró. Un personaje digno de ejemplo.
Besos Miryam
Abrumador, Myriam.
Que hombre tan tenaz y valiente. Supo a pesar de su infortunio, vivir la vida intensamente.
¡Impresionante!
De admirar!, yo que ando fastidiada de la rodilla con mi dolor y me parece que me limito voy a tomar fuerza en él.
La lucha hace vivir así que la esperanza de ver y no dejarse abatir.
Un feliz domingo.
En aquella época, además, el viaje sí era descubrimiento y aventura. Admirable.
Besos.
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